La infancia es una etapa sumamente importante de la vida, ya que las experiencias que se viven a lo largo de esta determinan en buena medida el cómo el individuo interpreta el mundo que lo rodea, y todo esto influye en la calidad de vida del ser humano cuando este llega a su etapa adulta. Hay infancias relativamente felices, pero muchas personas han experimentado, en algún momento, una situación que les ha marcado y ha dejado su cicatriz en su personalidad. A estas situaciones se les denomina heridas emocionales de la infancia.
Las heridas emocionales de la infancia surgen por una o varias experiencias negativas (o percibidas e interpretadas como tal) vividas en la niñez, a raíz de un suceso o experiencia traumática, acontecido de forma única o a lo largo del tiempo y de forma más o menos constante. Por ejemplo: la enfermedad o fallecimiento de un familiar, una crianza inadecuada, malos tratos, etc. Hay que tener en cuenta que, durante los primeros años, el niño carece aún de un adecuado enfoque de la realidad, de estrategias personales para manejar, entender y dimensionar las situaciones y de una correcta gestión de las emociones.
Es frecuente que las personas tengan una o varias de estas heridas, de forma más o menos profunda. Existen cinco heridas emocionales y cada una de ellas deja su propio rastro característico:
- La herida del abandono. La falta de afecto, compañía, protección y cuidado le afecta tanto a la persona durante su niñez, que se encuentra en alerta constante para no ser abandonado y siente un temor extremo a quedarse solo. Las personas marcadas con la herida del abandono sufren dependencia emocional e incluso toleran lo intolerable con tal de no quedarse solas. En otros casos, dependiendo de su personalidad, tomarán ellos la decisión de abandonar a los demás como mecanismo de protección, por temor a ser abandonados después.
- La herida del rechazo. Tiene su origen en experiencias de no aceptación por parte de los padres, familiares cercanos o amigos, a medida que el niño va creciendo. Cuando un niño recibe señales de rechazo crece en su interior el autodesprecio. Piensa que no es digno de amar ni de ser amado, llega un momento en que la más mínima crítica le origina sufrimiento y, para compensarlo, necesita el reconocimiento y la aprobación de los demás. Esta herida implica el rechazo hacia los propios pensamientos, sentimientos y vivencias, e incluso el rechazo al amor propio y a sí mismo.
- La herida de la humillación. Surge cuando el niño siente que sus padres lo desaprueban y critican, afectando esto su autoestima, sobre todo, cuando lo ridiculizan. Entonces el niño va formando una personalidad dependiente, está dispuesto a hacer cualquier cosa por sentirse útil, querido y valorado, lo cual contribuye a alimentar más su herida, ya que su auto-reconocimiento depende de la imagen que de él tienen los demás. Quien ha sufrido la humillación tiene dificultades para expresarse como adulto, y es experto en ridiculizarse a sí mismo. Se considera menos importante y menos digno, valioso o capaz de lo que es en realidad. Son personas que tienden a olvidarse de sus propias necesidades para complacer a los demás y ganarse su cariño, aprobación y respeto.
- La herida de la traición. Surge cuando el niño se ha sentido traicionado por alguno de sus padres, que no ha cumplido una promesa. Esta situación, sobre todo si es repetitiva, generará sentimientos de aislamiento y desconfianza. A veces, dichas emociones pueden transformarse en rencor (cuando se siente engañado por no haber recibido lo prometido), o en envidia (cuando el niño no se siente merecedor de lo prometido y otras personas sí lo tienen). Esta herida emocional construye una personalidad fuerte, posesiva, desconfiada y controladora para no sentirse defraudado. Son personas que dan mucha importancia a la fidelidad y a la lealtad, pero que suelen distorsionar ambos conceptos. Son posesivas en extremo, al punto de no respetar la libertad, el espacio ni los límites de los demás.
- La herida de la injusticia. Se origina cuando los padres son fríos y rígidos, imponiendo una educación autoritaria, estricta y no respetuosa hacia el niño. La exigencia constante genera en él sentimientos de insuficiencia, incompetencia y la sensación de injusticia. Esta herida emocional genera adultos rígidos, que no son capaces de negociar, que les cuesta aceptar otros puntos de vista y formas de ser diferentes a las suyas, también llegan a ser personas con incapacidad para tomar decisiones con seguridad. Dan mucha importancia a las creencias y a los valores, expresando sus opiniones y juicios como verdades absolutas y extremas. Son fanáticos del orden y el perfeccionismo. De igual manera son individuos que tienen expectativas muy altas de sí mismos.
Sanar las heridas emocionales de la infancia no es una tarea fácil. Las personas vienen de patrones que han tenido por años, por lo que no los van a cambiar de la noche a la mañana. Sin embargo, el conocer estas heridas es un primer paso para comenzar a sanarlas. Un proceso terapéutico puede ayudar y guiar en este camino. El equipo de Psicoterapia Integral Metepec está capacitado para auxiliar a las personas en el aprendizaje de herramientas que les ayuden para regular sus emociones, cambiar y construir una vida más consciente y con mayor bienestar.
Psic. Miriam Hernández Calvillo.